De Puzo a Coppola: la maldición del best-seller

por María Gracia Naranjo

Sin duda alguna, la relación entre el cine y la literatura ha sido siempre íntima; generalmente grandes obras literarias son traspasadas, o traducidas, a la pantalla grande. Pero sobre esta premisa cabe que se analice un elemento principal;  el hecho de que dichas ‘grandes obras’ sean, por lo general, aquellas que han tenido éxito, en términos mercantiles y económicos, en el ámbito de la literatura.

El Padrino, la obra de Puzo que obtuvo un éxito rotundo tanto en el papel como en la adaptación cinematográfica de Coppola, si bien ha recibido millones y galardones, en una dimensión literaria no ha sido siempre celebrada, por su explícita condición de best-seller. Dicha condición atribuida a ciertas novelas, como su propio nombre lo indica, nos lleva a conclusiones inmediatas en las cuales suponemos que las mayores características de las obras son aquellas relacionadas con su éxito económico, ignorando que pueden tener, como pueden no hacerlo, características destacables dentro de la literatura.

Más allá de un best-seller, es preferible definir a esta obra como un fenómeno cultural, es decir, una obra que tiene incidencia en los lectores, sin hacer una diferenciación, evidentemente, entre los diversos tipos existentes de los mismos. Pero en este best-seller del 69, y un clásico de nuestros tiempos, he logrado encontrar más méritos que aquellos que han sido otorgados por los millones; más elementos que probablemente ni el mismo Puzo tuvo intención de retratar, recordando que aquel confesó en Los documentos de «El Padrino» y otras confesiones, haber escrito la novela únicamente con fines económicos, para cubrir una serie de deudas y llevar a su familia a Europa. Si bien esta afirmación ha sido fundamento de gran parte de las críticas hacia la novela, no constituye motivo para creer que dicha finalidad o, incluso, la fama alcanzada por la obra logran cubrir el carácter artístico y la grandeza literaria de la misma.

Como muchas obras literarias, sin pretender caer en una generalización, El Padrino surge tanto de la creatividad de su autor como de una serie de construcciones sociales que reúnen elementos de realidad y ficción. Las novelas en sí, y las crónicas específicamente, no solo nacen de elementos con estas características, sino que también crean una construcción social de por sí; una construcción que, en este caso, no solamente logra reflejar condiciones históricas, sino también resaltar características y rasgos del ser humano. El libro “ha sido ignorado por el estamento de las letras como un producto de consumo para las masas, divertido, sí, bueno para lectura de playa, y poco más. Pero esta indiferencia no aguanta una lectura desprejuiciada”.Esta novela , que ha llegado a las manos de muchos, es el resultado de una idea que en su momento, de acuerdo con las confesiones del autor, no habría querido tener que escribir si no hubiera sido por que existía una necesidad.

Afirmo que se me dificulta imaginar lo que habría sido si su empeño se hubiera encontrado en ella en un ciento por ciento, y si sus pretensiones hubieran tenido un mayor acercamiento literario. El éxito de obras este tipo puede tanto ser, como no ser, una casualidad.

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