Mi historia de amor con Hannah Arendt

por Víctor Daniel Cabezas

            ¿Cómo catalogar el amor? ¿Tiene el lenguaje los suficientes elementos para representar, describir o si quiera acercarse a la esencia de un sentimiento? Nietzsche decía que dios existe mientras exista el lenguaje [1], la esencia de la cosa o de la emoción está determinada por las barreras que le infunden las letras y arquetipos visuales, empero es imposible generar una descripción “léxica” cercana a la realidad material de un sentimiento (en caso de que existiera).

            En el libro del filósofo alemán Gunther Anders:  La batalla de las cerezas: Mi historia de amor con Hannah Arendt” se propone un acercamiento al pensamiento de Hannah, una las pensadoras judías más importantes de la historia, a su filosofía y obra; sin embargo este texto es más una invocación al poder de seducción femenino, a las palabras que generan la torpeza del hombre, a los gestos y a la saliva. Este libro es una reflexión actual sobre las pasiones.

            La Batalla de las cerezas es una historia que enfrenta la definición misma del “eros”, el proceso de encarar un sentimiento, el lugar donde nace la poesía y muere la razón, el instante en el que el silencio se figura en las pestañas de la mujer amada, el proceso reescrito e ilógico de la entrega total, ese extraño poder de irradiación que ignoramos.

            Es muy curioso observar como a veces la historia se empeña en juntar a las personas más lúcidas en ambientes  pícaros y situaciones entrañables. Este fue el caso de Hannah Arendt, quien mantuvo, durante años,  una relación amorosa el filósofo Martin Heidegger, su maestro en la Universidad de Marburgo en Alemania.  Por la naturaleza de sus protagonistas, aquel amor nunca fue corriente;  ambos disfrutaban de ls compañía pero se rehusaban a tener una relación formal con flores, besos y buenas intenciones. Se gestó un trato basado en el diálogo abyecto, la reflexión pura; un amor  donde se sustituían caricias por reflexiones, abrazos y tocamientos impuros por dilemas éticos y morales. Heidegger y Arendt no hacían el amor, lo desafiaban, batallaban su significado, trataban de describirlo mediante la lengua, el diálogo y la lectura.

            Un  «te amo» puede ser concebido como una deuda, un embargo, una solicitud o un simple susurro que abre un escenario que los amantes no controlan aunque pretendan cohesionarlo. El amor se entrega al culto de las pequeñas imperfecciones, del conjunto de emociones arriesgadas, estúpidas e ilógicas  que enamoran más allá de un cuerpo impecable.

            Llegan los años 40 y Heidegger postula una posición poco crítica y hasta amistosa con el régimen de Adolf Hitler, provocando que la historia se burle del amor que Hannah y Martin planeaban construir, lo cual fuerza una separación muy penosa entre los dos amantes de academia.

            Su relación construyó más túnel con el fin de aplazar el avistamiento de la luz y continuó mediante sentidas misivas que Hannah esperaba ansiosa:

Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar si el regalo es aceptado siempre inmediatamente, o en su total, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe. Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos.Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las cuales tú eres enteramente tú”[2]

            Una vez terminada su relación presencial con Martin Heidegger, Hannah enamora al joven filósofo alemán Gunther Anders,  quien es atrapado por la belleza implacable de Hannah, sus virtudes académicas y su amor por las cerezas. Su relación es un monólogo en el que Gunther destina su existencia a los caprichos y pretensiones de su amada. Anders decide proponer un universo donde la libertad y la concesión es renunciada a cambio de las pequeñas muestras de cariño que su amada Hannah le profería, a cuentagotas.

            Hannah Arendt lo desprecia durante periodos de respiración y soledad;  Gunther la amaba; añoraba sus palmas, su boca, y escribía:

Qué es el amor sino el acto por el que convertimos algo a posteriori, a un a priori de nuestra propia vida….Me acerco a ti con la solicitud de siempre: no me olvides y no olvides hasta qué punto y con qué profundidad sé que nuestro amor es la bendición de mi vida[3]

            La partida de Hannah es tan intempestiva como su llegada a la vida de Gunther Anders. Un día logra sacar sus papeles para partir hacia América. Enamora a Heinrich Blucher, filósofo y poeta alemán y parte hacia Nueva York, donde definiría su residencia.

            Hay algo muy interesante en la vida de esta mujer y es su capacidad de seducción, control y transfiguración total de la condición inmediata de un hombre. El argentino José Ingenieros dice que los hombres hacemos todo por una mujer: la filosofía, el acto y la carencia reducida a los ojos, visión y experiencia del amor.

            El amor toma un rostro diferente cada día. Al leer a Hannah Arendt a través de Anders me he sentido seducido, me he rehusado a buscar su fotografía en internet, fiel a mi sentido de que la cámara no identifica tan bien el rostro de una mujer como sí lo hace la literatura.

            Algo muy grave surge en este libro: ¿Se puede decir que un lector puede tener una historia de amor con una mujer que no conocerá y que solo podrá ver en letras? Gunther Anders siguió el consejo de William Faulkner y logró olvidar a Hannah Arendt convirtiéndola en literatura. Lo único malo es que, so pretexto de su olvido, condenó a todos los que la leeríamos a enamorarnos y gestar nuestra propia historia con ella.

 

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[1] Corporación de Estudios Nietzsche. Nietzsche y el lenguaje Madrid: Editorial Trotta, 2004 No. 4

[2] Carta de Martin Heidegger a Hannah Arendt (Fragmento) disponible en http://fannyjemwong.es.tl/Carta-de-Martin-Heidegger-a-Hannah-Arendt–.htm

[3] Supra 2

Fotografía: «Cherries» de Dudley Carr, en Flickr

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