Pereira sostiene que se vive para morir

por Ana María López Jijón

Asegura Pereira que sostiene sus ideales a pesar del paso del tiempo. Su obsesión por la muerte hace que contrate a Montero Rossi, un joven idealista y de izquierda a quien realmente no le interesa la página cultural del Lisboa, solo le preocupa la vida. Con Rossi establece una relación bastante rara. Al principio parece que Pereira está harto de él, pero al contrario se crea una dependencia mutua: el periodista mantiene sus ideales por medio del joven, y éste aparece cada tanto para poder subsistir en medio del Portugal salazarista de 1938.

Una Lisboa resplandeciente forma parte del paisaje. Pereira siempre tiene calor, demasiado calor. Por eso toma varias limonadas con azúcar a lo largo del día. No era un hombre triste ni feliz, solo existía.“(…) sería porque él estaba gordo, sufría del corazón y tenía la presión alta, y el médico le había dicho que de seguir así no duraría mucho, pero el hecho es que Pereira se puso a pensar en la muerte, sostiene”. Todos los días era lo mismo, hasta que conoció a Rossi y a su novia Martha.

El periodista esperaba que su nuevo asistente escriba reseñas necrológicas. A Pereira, la razón le parecía absolutamente lógica: nunca se sabe cuándo muere un escritor y si lo hace se necesita demasiado tiempo para poder hacer un artículo publicable sobre su vida. Por eso, era una excelente idea adelantarse a la muerte. Rossi hizo algunas, pero nunca satisfacían a Pereira porque no eran sobre escritores católicos, preferiblemente franceses. “(…) comprendió inmediatamente que aquel artículo no servía para nada, era un artículo inútil, él hubiera querido una necrología sobre Bernanos o Mauriac, quienes probablemente creían en la resurrección de la carne, pero aquélla era una necrología de Filippo Tommaso Marinetti, quien creía en la guerra”. A pesar de que los artículos del joven le parecían inservibles, siempre los guardaba como documentación. Mientras tanto él se dedicaba a traducir cuentos de, por ejemplo, Maupassant.

A Pereira le gustaba conversar con el retrato de una joven mujer que sonreía distraídamente. Fue su mujer, quien había muerto tras una vida de constantes enfermedades. Pero su presencia se sostenía por medio de una fotografía. El periodista no le guardaba secretos y le pedía consejos; cuando le contó de Montero Rossi, enseguida le dijo que sus necrologías no servían para nada. Pero tanto Pereira como el retrato sabían que había algo en ese joven que le generaba una sensación desconocida.

“Pereira sostiene que aquella tarde el tiempo cambió”. El doctor le recomendó ir a una clínica talasoterápica. Se decidió por los baños de algas y conoció al doctor Cardoso, quien lo puso a dieta. No más limonadas con azúcar; las conversaciones entre el doctor y el periodista se convierten en la terapia más importante para Pereira. Le explica que sufre, “(…) yo no me siento culpable de nada en especial, pero sin embargo siento el deseo de arrepentirme, siento nostalgia del arrepentimiento”. Es una sensación de arrepentimiento de la vida, de la existencia. Sostiene, mientras sin darse cuenta su vida se transforma.

El editor de la sección cultural del venido a menos Lisboa se encuentra sorpresivamente dentro de la situación política de su país. Todo comienza con la aparición de Montero Rossi y Martha. El periodista crea una necesidad de reflexionar sobre la vida antes de la muerte. Se pregunta si los jóvenes tienen razón sobre la trascendencia de la política dentro de la vida. Y si la tienen, dice, “mi vida no tendría sentido, no tendría sentido haber estudiado en Coimbra y haber creído siempre que la literatura era la cosa más importante del mundo, no tendría sentido que yo dirija la página cultura de ese periódico vespertino en el que no puedo expresar mi opinión y en el que tengo que publicar cuentos del siglo XIX francés, ya nada tendría sentido, y es de eso de lo que siento deseos de arrepentirme, como si yo fuera otra persona y no el Pereira que ha sido siempre periodista, como si tuviera que renegar de algo”. ¿De qué? Del interés limítrofe: vivir por la muerte.

Y en efecto, Montero Rossi muere. Lo hace en la casa de Pereira cuando dos matones quieren darle una “lección” por ser revolucionario. Por su lado, esa noche el periodista escribió una necrología sobre un escritor joven que creía en la vida y que murió luchando por encontrarle un sentido a la suya. Firmó solo Pereira, como lo hacía antes. La página cultural del Lisboa, periódico amigo del régimen de Salazar, publicó esa mañana un artículo que contaba eso que debía ser secreto: el asesinato en nombre de los ideales políticos.

Pereira se fue para Francia y se llevó la carpeta con las necrologías y el retrato de su mujer. “Te llevaré conmigo, le dijo, será mejor que vengas conmigo. Lo puso con la cara hacia arriba, para que respirara bien”.

Antonio Tabucchi, sostiene que Pereira existió y él escribió esta novela como una búsqueda del significado de aquel personaje que es un protagonista, pero sólo le hace falta un autor.

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