“La cámara y yo”, el cine en solitario

por María José Torres

Ella no va a dar un juicio ni una opinión, sino a vivir un momento de su propia vida acompañada de su cámara. “Cuando voy a un lugar siempre me da un poco de nervios y miedo. Trabajo sola y llego sin esconder mi cámara, eso resulta en un intercambio” comenta Alexandra Cuesta, cineasta experimental.

Después de su paso por Boston, Los Ángeles, Nueva York, Mexico DF y Guayaquil llegó a Quito para instalarse. Graduada en fotografía, Alexandra se acercó al cine pero con cautela. No le convenció la idea de hacer un cine jerarquizado, donde la separación de roles está bien delimitada, “un cine que tiene una fórmula y un destino”. Ella prefirió seguir la línea del cine experimental vanguardista estadounidense usando herramientas de la etnografía y de la poesía.

En el Centro de Arte Contemporáneo, Alexandra presentó cuatro películas realizadas en 16mm. Ella busca la imágen cruda, una que refleje el momento vivido. Detesta el hiperrealismo y no utiliza iluminación artificial para recrear ambientes. “Quiero que se sienta como es”. De ahí que prefiera las cámaras análogas. Pero como nadie escapa de la revolución tecnológica, su llegada a Ecuador coincide con sus inicios en el video digital.

“Estoy en una búsqueda constante de entender cómo se construye un lugar, qué es el hogar, dónde perteneces”. Y es que el viaje ha marcado su vida desde el principio, nunca ha permanecido en un sitio más de cinco años consecutivos. “No eres de aquí ni de allá. Me acostumbro fácil, puedo entrar en cualquier lugar, cambiar, pero no por eso eres de ese lugar”. Para ella, la identidad es una cuestión de “experiencias”. Constantemente ajena, vive en la impermanencia.

La cuestión de la identidad la llevó a interesarse en las fronteras. Las que dividen países o barrios en una ciudad, pero también las que existen entre personas que se sienten distintas unas de otras. ‘Recordando el ayer’, ‘Beirut 21405’, ‘Piensa en mí’ y ‘Despedida’ son “retratos de lugares que se van construyendo con personas nuevas”. En ‘Despedida’ por ejemplo, filma un partido de fútbol americano (símbolo de la cultura gringa) mientras se escucha música mexicana en un barrio chicano. “Son fronteras invisibles con otra realidad” dice al pensar en aquel momento, como la ventana del bus desde donde filma ‘Recordando el ayer’.

El editor es un escultor y su mejor amiga la música. Ella compone sus trabajos ‘a la manera del jazz’.“Entiendo como está construido. Manejo la técnica y la controlo, ya no tengo que pensar en eso y puedo pasar a la parte intuitiva”. Considera que el cine ecuatoriano ha llegado a un manejo de la técnica avanzado pero “eso no es todo”.

A falta de industria cinematográfica, los ecuatorianos del siglo XXI estan ávidos de verse en la pantalla. “Cuando vi La muerte de Jaime Roldós me sentí ignorante porque hay un montón de cosas que no vas a saber leyendo la historia oficial, sino viendo este tipo de trabajos. Pero también hay que ir rompiendo esos formatos fijos y estructuras tan fuertes que existen en el cine como las categorías ficción, documental, etc”. Al respecto del financiamiento, le preocupa que los fondos vengan principalmente del Estado porque ‘se tiende a la homogenización’. “Me parece bien que haya películas con tinte nacionalista pero también debe haber espacio para otras cosas”.

Como pocos, se interesa profundamente por las implicaciones de su trabajo. “Es un problema gigante que la gente no piense sobre lo que hace. Como realizador tienes que estar consciente que tienes una posición de poder y hay que saber qué significado tiene. Ir a dar tu opinión sobre los lugares no es lo mío. Quiero mostrar lo que es y que el espectador vaya sacando sus propias conclusiones. Yo voy a explorar desde la parte visual, humana y experiencial”.

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