La perspectiva como técnica en “Mientras Agonizo” de William Faulkner

por María Gracia Naranjo Ponce

“No existen más que dos reglas para

escribir: tener algo que decir y decirlo

Oscar Wilde

 En la literatura, el verdadero arte se encuentra en la manera de transmitir los hechos. Historias vemos, vivimos y escuchamos a diario, pero pocas tienen la capacidad de introducirse en nuestra mente a tal punto que pasan a formar parte de la conciencia, por el simple hecho de que nos resulta imposible conceptualizar ‘el todo’ de una historia, al carecer de los elementos y la información necesaria para construirla mentalmente. Aquellas que lo logran se lo deben, en gran parte, a la técnica utilizada por quien las narra.

           William Faulkner creía que la técnica no era un elemento necesario al escribir. “Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo”. Ante esto, se le preguntó en una entrevista si él negaba la validez de la misma, a lo que respondió que no, que es un elemento que en algunos casos se apodera del escritor, y del cual este no puede librarse. Mencionó que esto le sucedió al escribir Mientras Agonizo; novela en la cual, según el autor, “los propios personajes se levantan y toman el mando y completan el trabajo”, haciendo de la técnica narrativa un elemento aún más importante que la misma historia desarrollada, y creando una obra fascinante que, cómo producto técnico, servirá como norte para varios autores de la segunda mitad del siglo XX.

          En esta novela Faulkner utiliza quince narradores, que en cincuentainueve monólogos describen la agonía de Addie, la nublada protagonista que, en los preparativos para su entierro, tiene voz una sola vez en la historia, pero que da lugar a que se desarrollen los acontecimientos. Este conjunto de monólogos permite a los lectores participar en un juego de voces que rompe con la linealidad de la narración y acentúa las características experimentales que posee la novela. Se evidencia, entonces, que más importancia tiene el modo de contar esta historia que el mismo hecho narrado, donde la técnica narrativa utilizada por el autor, se basó en entregar el mando de la narración a personajes que hacen escuchar la voz de su conciencia.

           Pero la agonía es un tema que solo quién la experimenta podría explicar, así como la muerte es incomprensible para quienes no se encuentran cerca de ella. ¿Por qué, entonces, abarcar el tema desde la conciencia de personajes tan diversos? He aquí la explicación para la fuerza narrativa de la única intervención de Abbie, y también la justificación para la existencia de tantas perspectivas; comprender un hecho específico desde la visión de aquellos que no pueden comprenderlo, aquellos que lo atraviesan, aquellos que se muestran indiferentes, aquellos que lo determinan. Dentro de la multiplicidad de puntos de vista encontramos las de los que se observan a sí mismos y las de los que narran los hechos desde su visión exterior, y vemos, con comicidad, las visiones equivocas de ciertos personajes, las perspectivas egoístas de otros, etc. Por tanto la historia, como todo hecho real, está constituida por distintas visiones y elementos que permiten que se construya un cuadro completo de los hechos.

          Se crea entonces, una doble narración; lo que ocurre vs. la manera de contarlo, desafiando la capacidad del lector para utilizar cada pequeña historia como pieza constructiva de una más grande. Pero, ¿qué habría pasado si Faulkner decidía contar esta historia desde una perspectiva distinta? ¿Qué habría ocurrido si la contaba un solo personaje, o un narrador omnisciente? Si se la narraba en primera persona y de manera absoluta, la protagonista, en su agonía, explicaría su dolor, lo que observa y lo que le rodea, y posiblemente tendríamos interminables monólogos sobre el cuestionamiento que se presenta en la novela, sobre si «la finalidad de la vida era prepararse para estar muerto durante mucho tiempo». Si la entregaba a un narrador omnisciente, externo, la historia carecería de aquella conciencia que la caracteriza; de aquel sentimiento que el lector logra captar al escuchar el interior de cada personaje. Probablemente estas maneras habrían funcionado y la historia se habría desarrollado correctamente, como ha ocurrido en excelentes novelas de narración lineal de Faulkner o de otros autores, pero habría perdido la peculiaridad y los lectores habríamos sido privados de la fascinación de experimentar, no solo leer, una obra alucinante.

       Lo más interesante se encuentra en introducirnos en la mente de los personajes, porque a pesar de que conocemos muy poco de su forma de ser, podemos percibir ciertas características de los mismos solo con analizar las perspectivas con la que describen un determinado hecho. Y eso es lo que acaece en toda relación humana, en la que frente a un  hecho en específico coexisten diversas opiniones, todas matizadas por una conciencia construida con experiencias pasadas, ideas personales, etc.

          Faulkner juega profundamente con el tiempo, e indudablemente juega con nosotros, los lectores. Nos introduce en un universo de voces; un universo de monólogos interiores que batallan entre sí por ser verdades absolutas, por ser la versión oficial de la historia; una historia que nos desafía a probar nuestra capacidad de adecuación y manipulación de los hechos.

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