Bolaño cruza las puertas del infierno

por Miguel Molina Díaz

De repente, sin premeditación, Roberto Bolaño abre los ojos y descubre que volvió al lugar en el que había cometido todos sus crímenes. Vagos eran los recuerdos de sus últimos días. Dolores físicos, enfermeras, médicos, visitas de amigos. Eran imágenes borrosas que le llegaban como flashbacks a la memoria. Al despertarse en el desierto de Sonora no le duele el hígado. No tiene molestia alguna. De pronto comprende que frente a sus ojos no se encuentra el desierto que lo había acogido en 1976. No. Y tampoco se trataba de un desierto del año 2003 y menos del 2013. Era el desierto de Sonora del año 2666 y de ello no tenía duda.

Una voz conocida sale a su encuentro. Una voz que había escuchado durante toda su vida. Una voz que le aterrorizaba.

–          Bienvenido, Roberto.

La voz de Arturo Belano no había cambiado. Menos su aspecto de poeta latinoamericano. Arturo seguía siendo tan joven como lo había sido en aquellos lejanos días de México, días de juventud y de amor. Un muchacho hermoso y valiente. Un santo selvático. Arturo seguía siendo un perdedor nada preocupado por el dinero, un pasaporte arrugado.

–          Arturo –dice Bolaño–, ¿acaso estoy muerto?

Arturo Belano sonríe. Del bolsillo de su abrigo negro, de poeta nocturno, saca una cajetilla de cigarrillos. Le ofrece uno a Bolaño.

–          No, gracias –responde Bolaño, sin salir del asombro–, ya no fumo.

–          No te preocupes –le responde Arturo–, ahora puedes hacerlo.

Y Bolaño, con la certeza de que nada puede matar a un muerto, acepta el cigarrillo.

–          ¿Dónde está Mario Santiago?

–          En el infierno –le responde Arturo Belano–, en el sitio en donde tú mismo esperarás a Parra y a Cardenal, y en donde ya te están esperando Lautréamont y Enrique Lihn.

Roberto Bolaño siente escalofríos. Considera la posibilidad de que el desierto de Sonora del año 2666 sea el purgatorio de las almas en pena. El desierto de Sonora, piensa, es en realidad el cementerio de América Latina. Está seguro de que no desea ir al cielo, no desea ser recibido por San Pedro ni por San Octavio Paz. Prefiere el infierno de los poetas, un infierno que conoce bien y en el que arderá junto a sus amigos y junto a los autores a quienes admiraba y quería. No desea purgar eternamente en el desierto de Sonora y está seguro de que, como escritor, fue suficientemente maldito como para merecer el infierno de los poetas.

Arturo Belano no deja de sonreírle. Lo conoce muy bien y sabe que a Bolaño le entusiasma la idea de conocer, por fin, a Sor Juana y Rimbaud. Bolaño le devuelve la sonrisa.

–          Entonces es cierto –dice Bolaño–, estoy muerto.

Arturo Belano asiente con la cabeza.

–          En consecuencia tú también estas muerto, estamos muertos, Arturo.

Belano lanza una carcajada y niega la afirmación de Bolaño.

–          No te engañes Roberto, el único de los dos que ha muerto eres tú.

–          ¿Cómo puedo morir sin que tú mueras?

–          No seas arrogante Roberto, como los escritores que siempre has odiado, tú has muerto porque eres un ser humano y tu condición de creador no te exime de esa posibilidad humana, la más humana, que es la muerte.

Bolaño se queda perplejo. Belano ríe. Su risa es sarcástica, alegre, denota vida y juventud.

–          Arturo –dice Bolaño–, ¿recuerdas la respuesta de Archimboldi? En ella decía que Sísifo, una vez muerto, se había escapado del Infierno mediante una estratagema de orden legal. Antes de que Zeus liberara a Tánato, y sabiendo que lo primero que haría la muerte sería ir a por él, Sísifo le pidió a su mujer que no cumpliera con los requisitos fúnebres establecidos. Así pues, al llegar a los Infiernos, Hades se lo reprochó y todas las potestades infernales pusieron, como es normal, el grito en el cielo o en la bóveda del Infierno y se tiraron de los pelos y se sintieron ofendidos. Sísifo, no obstante, dijo que la culpa no era suya sino de su mujer y pidió, digamos, un permiso penal para subir a la tierra y castigarla.

–          Claro que lo recuerdo –responde Belano–, Hades se lo pensó: la propuesta de Sísifo era razonable y le fue concedida la libertad bajo fianza, valedera únicamente para tres jornadas o cuatro, las suficientes para que se tomara justa venganza y pusiera en marcha, aunque fuera un poco tarde, los requisitos fúnebres de rigor. Por descontado, Sísifo no esperó a que se lo repitieran y volvió a la tierra, en donde vivió felizmente hasta que fue muy viejo, no por nada era el hombre más astuto del orbe, y sólo regresó a los Infiernos cuando su cuerpo ya no dio más de sí.

–          ¿Es eso lo que he hecho?

–          No lo sé, tú eres el que siempre jugó con la mitología griega, el que siempre jugó con todo.

–          Respóndeme, Arturo, ¿es posible salir del infierno? ¿Engañar a Hades?

–          ¿Acaso no lo has hecho ya?

Belano ríe. Su sonrisa no se desvanece mientras el rubor de Bolaño crece y alcanza dimensiones desconocidas.

–          No te aferres a la vida, Roberto –dice Belaño–. Ya has hecho lo que debías. Además, si bien es cierta tu muerte y estás a punto de entrar por siempre en los infiernos: yo seguiré vivo. Archimboldi seguirá vivo. Ulises Lima seguirá vivo. Maria Font y Edith Oster seguirán vivas y seguirán cogiendo y calentando la imaginación y las intenciones de adolescentes que como tú, no hacen más que leer poesía y leer a Cortázar. No sé por cuanto tiempo más, pero sí viviremos mucho más que tú, por lo menos mientras exista la especie humana.

–          No –responde Bolaño, y en esta ocasión él también sonríe, lo hace con cierta complicidad.

–          ¿No?

–          No –responde–, ustedes vivirán el tiempo que se me antoje, porque ustedes son mis personajes.

Entonces ambos ríen y encienden más cigarrillos, como cuando a la vez tenían 20 años. Belano guía a Bolaño por los caminos oscuros del desierto de Sonora. Encuentran aquella ruta que años atrás atravesó junto a Ulises Lima en el Impala de Quim. Y siguen riendo. Cuando llegan a las puertas del infierno entienden que ha llegado la hora de despedirse irremediablemente.

–          Saluda de mi parte a Mario Santiago –dice Belano mientras le da un abrazo a su creador.

–          Y tu saluda a Ulises –sin especificar si se refiere a Ulises Lima o al Ulises de Joyce o al de Homero.

Bolaño atraviesa las puertas del infierno y todos los poetas del mundo lo reciben de pie y lo aplauden. Lo ovacionan. Lo suben sobre sus espaldas y lo alzan como el campeón mundial de boxeo que siempre ha sido. Y las puertas del infierno se cierran.

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Fotografía: eflon, en Flickr

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