La realidad permutable en la poética de Julio Pazos

por Shavelt Kattán

Cuando supe que Julio Pazos Barrera (Baños de Agua Santa, 1944) sería incorporado como miembro de número a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, supe también que la institución ganaba no sólo a un estudioso de la literatura, sino que además, sobre todo, a un poeta que ha sabido devolverle al lenguaje su sentido más íntimo y popular.

Porque el poeta baneño logra cohesionar un mundo amplio, de sabores y aromas, de vivencias y territorios —tanto geográficos como de la memoria—, con una visión y un anecdotario personal que convierten al lector en cómplice de la travesía textual, pues se adueña de la postura del escritor y transforma su propia visión a través de lo poetizado. Así, el texto cobra una dimensión nueva, signada por una armonía que contrasta con el a ratos vertiginoso disparo de imágenes. Ambas, a su vez, entran en consonancia con un lenguaje sobrio, que no recae en lo presuntuoso y que, por eso mismo, se muestra eficaz a la hora de componer unidades significativas sólidas:

en la floresta puede uno sacar el cuerpo y dejarlo al aguacero

cae en el intestino grueso

y se transforma en cartuchos blancos al llegar al cerebro

se desploma en los iris

y gotea en el pubis

breves vapores se levantan

y en el colodrillo se ahoga un aroma nefando

Pero aquella apropiación que mencionaba antes, y que sale de la subjetividad del autor hasta llegar a las lindes de la de quien se enfrenta al texto, ocurre por la maleabilidad del entorno real, que se muestra cambiante a ojos de todos. Es precisamente lo que ocurre en los poemas de Pazos: la metamorfosis aparece cuando el lenguaje ya no sólo sirve para nombrar, sino que reclama como suyo todo cuanto está contenido en él. Entonces nosotros ya no quedamos expuestos al imaginario del poeta, sino a una realidad —una necesariamente tan verídica como aquella a la que emula— aceptada por un convenio tácito entre el autor y el lector.

Esta realidad nueva, además, se sujeta al entorno cotidiano que muy poco había sido tocado antes en Ecuador. Los tópicos clásicos de la belleza “a la europea” no son para Julio Pazos un terreno en donde desee asentar su producción creativa. Por eso prefiere apelar a historias a veces de personajes anónimos, que podrían no significar nada en un plano social, pero que a él le permiten reafirmar su imaginario y dotarlo de un sentido estético propio.

Te dicen Joselito

pero no eres sino un espanto de zarzamoras;

descuadrado. Huesos de lana,

torcidas trochas del mundo.

Pazos, consciente de nuestro contexto, ha preferido mostrarla bajo la óptica de quien encuentra en todo eso algo poético, sin maquillajes que busquen enaltecer con artificios lo que él y nosotros somos. Su mérito radica en el descubrimiento de un mundo inagotable de pretextos y anécdotas que había permanecido ante los ojos de todos: los olores que emanan las vivencias se funden con una geografía que va trazando también la ruta de sus poemas: “La tía rellena tortillas de maíz con panela. / Se amontonan en el tiesto los recuerdos. / Maíz y canela han quedado en el humo pero espejean”.

Esta obra se trata de un fluir constante, una continua marcha sobre su propia contemplación, que consigue adentrarnos en el mundo de Julio Pazos con la delicadeza de un río que viaja a través de este territorio. Por eso no es raro gravitar entre los versos del poeta como si anduviéramos por una carretera: “En la construcción inacabable del poema se encuentra la semejanza: / corren frases y se interrumpen. Rondan palabras como repetidas figuras / que hacen las bailarinas en la vaguedad del escenario”. Y por eso cada libro de este autor es una propuesta a viajar con un rumbo ciertamente no fijado con antelación, y que por eso mismo reactiva el sentido de vértigo de dejarse caer entre sus páginas.

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